Cuando estudiaba aprendí el concepto de “pensamiento mágico”, proceso por el cual los niños pequeños mezclan realidad y fantasía, y crean o solucionan las cosas “mágicamente”. Lo que nunca imaginé es que algunos gerentes generales o directores pensaran que los consultores somos magos y que en un día pudieran solucionarse los problemas de un equipo.
Numerosas veces recibí el pedido: “Daniel, necesito que hagamos un team building para alinear a mi equipo” o “para que mis reportes dejen de pelearse”. Frente a esto, mi respuesta es siempre la misma: “eso no te sirve, vas a tirar tu dinero”.
Los encuentros de un día son muy divertidos pero funcionan como los dietas que se empiezan en año nuevo: duran hasta reyes, léase: nada.
Las preguntas a formularse son: ¿por qué quieres hacer un team building? ¿Cuál es el problema? ¿Qué es lo que está pasando? ¿Qué es lo que no está funcionando? ¿En qué se puede advertir el impacto de este problema? Por lo general, si dividimos las respuestas en dos categorías, donde la primera son problemas entre las personas, y la segunda, problemas de negocios o técnicos, veremos que el 90% de las respuestas corresponden a la primera categoría.
Personas coordinando acciones sin estándares compartidos, creyéndose cada uno dueño de la verdad, es una magnífica receta para el fracaso.
Una vez que los líderes toman conciencia de los problemas que tienen, entienden que la solución no es cosa de un día. Los equipos son como las plantas, necesitan tiempo y cuidado para crecer, desarrollarse, florecer y dar frutos. La respuesta al pedido es simple: “hagamos un proceso. Invirtamos tiempo y dinero en serio para lograr que tus reportes funcionen como un equipo”.
Tomemos como ejemplo el proceso de crecimiento de la caña de bambú. Posiblemente lo conozcas, si así no fuera, te cuento que encontré en internet al respecto: No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada gritándole ¡vamos crece de una buena vez. Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para personas impacientes. Siembras la semilla, la riegas, la abonas y la cuidas. Durante los primeros meses no sucee nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de solo seis semanas.. ¡la planta de bambú crece más de treinta metros! ¿Tardó solo seis semansa en crecer? No, la verdad se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse. Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sotener el crecimiento que iba a tener después de siete años.
Sin embargo en la vida cotidiana, muchas veces queremos encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que este requiere tiempo. Con los equipos es igual. Pero por suerte no demora siete años.
No hay ascensor para el éxito. Hay que tomar la escalera.
por Daniel Posternak